Complacer, amar y correr rápido:
¿un nuevo imperativo categórico?
Jean Allouch
Traducción del francés de Jaime Ruíz Noé
Actualmente en pantallas, la película de Christophe Honoré Plaire, aimer et courir vite1 sumerge al espectador (al menos yo lo estuve) en un abismo de perplejidad.
De cabo a rabo, he aquí una presentación de la cultura gay contemporánea… o casi. Sin embargo, cuando se dice eso sin más, aún no se ha dicho gran cosa.
Los diálogos están muy escritos, literarios, teatrales, lo que no es tan frecuente en el cine contemporáneo. Una frase entrega la razón erótica, que desgraciadamente no cito textualmente: los gays que frecuentan los mingitorios públicos (pissotières)2 son los que leen. Ella le habría convenido a Jacques Lacan quien, sin haberlo buscado, escandaliza un buen día a Henri Ey declarando: “Un hombre caga, se viene y traga”. Sin embargo, no se puede reducir el alcance de esta película a esta nota, por muy decisiva que sea para quien considera la erótica analítica en relación con la literalidad.
Sin que se sepa desde el inicio, la clave de la película reside en el último verbo del título: “correr”. Un “correr” devenido intenso por el “y rápido” que, veremos, es también una evasión. Tanto “complacer” como “amar” se pueden esperar, en tanto que ese “correr”, que viene curiosamente después, parece incongruente. ¿Qué significa, entonces, que después de haber complacido y amado, uno se ponga a correr?
Se trata nada menos que del imperativo categórico del momento presente. Esta afirmación puede sorprender. Sobre todo porque, reducido al momento presente, este imperativo parece más hipotético que categórico (distinción kantiana, como se sabe). Entonces no lo digo sólo porque se presenta como universal, sino porque la exigencia de correr se dispensa de toda condicionalidad.
Son incontables las personas que, en Occidente, se han puesto a correr… Lo que no se puede explicar únicamente por el cuidado del cuerpo que se desea en buena forma, resplandeciente de salud. Fue Lacan quien notó que el hombre idolatra su cuerpo, lo mismo le dijo a una analizante que se lamentaba: “¿Qué es lo que le sigue fastidiando con la belleza?” (“La”, no “su”: ella es platónica).
Cada deporte inventa e implementa su propia ética. Tanto más cuando el cuerpo se encuentra puesto en peligro. Pregúntenle a un surfista a punto de chapotear en el agua entre otros surfistas a la espera de una oportunidad a que entre ellos regrese la próxima ola. Las reglas están perfectamente establecidas y sabidas por cada uno. ¡Y cuidado a quien derogue! También intervienen fuera del ejercicio propiamente dicho, en la vida del grupo.
Jacques Lacan era esquiador, lo dijo varias veces en sus seminarios. Incluso un día quería practicar el esquí acuático, para disgusto de su anfitrión libanés, porque ya era muy viejo y era una completa locura. ¿Su ética sería la de un esquiador? Recuerdo haberlo escuchado, yo también un poco sorprendido, hablando de un goce corporal específico para practicar un deporte. Al enseñar, ¿no habría hecho nada más que descender por una pista negra?
Correr es también lo que practica el narrador de Una vieja historia de Jonathan Littell.3 A veces hombre, a veces mujer, o niño, o transexual, bajo cualquier título que sea, conecta los relatos de escenas eróticas y casi siempre violentas, enumerando para terminar, como hizo un famoso marqués, todas las que se pueden enlistar hoy en día. Pero, en contraste con esta diversidad, el pasaje de una escena a la siguiente es, cada vez, el mismo, hecho por un flexible, alegre y elegante correr. Cualesquiera que hayan sido los daños hechos a su cuerpo en eso que le acaba de suceder, siempre sale con la misma facilidad agradable del deportista. Hay un goce del cuerpo, diferente del de la carne. Quien dice goce dice ética.
¿Qué transformación en la ética señala esta valoración actual del correr donde se entrecruzan Jonathan Littell y Christophe Honoré? Tengo la respuesta de este último. Después de complacer y amar, correr se impone como una salida. Para este corredor (coureur) (se nota el equívoco)4 nada, ningún evento, ni siquiera la muerte, tiene verdadera importancia: todo pasa, todo cansa, todo se rompe. En Christophe Honoré y Jonathan Littell, correr desarma, desvitaliza, deserotiza todo lo que ha podido pasar, todo lo que pasa y todo lo que pasará. ¿Tal será entonces el nuevo imperativo categórico?
La erótica puede ser explorada y explotada por todas partes porque… poco importa, pues, para terminar, es a la dominación del principio freudiano del placer (reducción de excitaciones al nivel más bajo posible, de tranquilidad) que este nuevo imperativo cita a cada uno. En una palabra franglais, vuelta de uso tan frecuente: “cool!”
- Cuya traducción es Complacer, amar y correr rápido, pero en la distribución en español modificó su título a Vivir deprisa, amar despacio, mientras que en inglés se trasladó como Sorry Angel. [N. del tr.] La película se estrenó en México el 22 de mayo de 2019 en el marco del 23 Festival Mix:
http://www.elfestivalmix.mx/ - Los pissotières o mingitorios públicos utilizados como espacios para encuentros sexuales. [N. del tr.]
- Jonathan Littell, Una vieja historia, tr. Robert Juan-Cantavella, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2018.
- El equívoco se juega entre las palabras coureur (corredor) y coeur (corazón). [N. del tr.]