Nº 37 Agujeros del saber psi
ISSN: 2007-2791
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Noticia editorial
“Agujeros del saber psi” nos envía al siglo XIX cuando el discurso médico toma prestada la palabra τραύμα del griego como equivalente de lesión. Pero esa palabra significa también una herida, o un daño, como el de un agujero en el casco de un barco, o un golpe o una derrota en la guerra. Freud tuvo la perspicacia suficiente para detectar que el trauma era un una desgarradura. Lacan retoma la elaboración del trauma e inventa un neologismo: el troumatisme (que en francés condensa “agujero” y “traumatismo”) para designar el real del agujero y para abordar el recorrido analítico como algo que lleva a bordear, localizar y configurar ese agujero: un saber inconsciente agujereado. No se trata de bueno o malo, normal o patológico, sino simplemente de contradictorio, ficticio y precario. Se podría decir que ésa es la marca de una relación con el saber que se caracteriza por su discontinuidad y su singularidad.
Lacan, al escribir su tesis de psiquiatría, se enfrentó a las inconsistencias del saber “psi”. Supo colocarse como lector de filósofos: Spinoza, Jaspers, Husserl, entre otros. Luego, como psicoanalista, aborda otros saberes y, sin una búsqueda pro- piamente sistemática aunque no por ello sin dirección, reconoce una enseñanza en los equívocos, en los juegos de palabras, en las homofonías y en las letras. Aun en otras escrituras, como en la de Joyce, busca ecos que den sustento a sus planteamientos, a veces sin encontrarlos, como se puede leer en nuestra sección “Sobremesa”.
Muy otra es la posición del saber “psi” que se funda en el saber totalitario e impositivo que busca un sentido y que promueve la alienación del sujeto en un diagnóstico supuestamente científico, el cual insiste en condenar, de algún modo, al “enfermo” implicado a una desviación irremediable: etiquetado en su estructura misma como psicótico, el diagnóstico deviene constitutivo y, por esta vía, definitivo. Basta leer el testimonio de Daniel H. para darse cuenta de cómo ese discurso institucional lo colma de un saber que lo extravía e impide que dirija su mirada hacia sí, con las consecuencias trágicas que su historia consigna.
Acompañamos este número con un TEXTO de George Bernard Shaw, The Sanity of Art que, hasta donde sabemos, resulta una primera edición en español. La feroz crítica de Shaw a la “psiquiatrización” del artista resulta no sólo oportunísima sino, sobre todo, muy divertida. La proverbial ironía del escritor irlandés pone el dedo en la llaga: hay cosas —el arte, primero y su creador, después— de las que ningún saber “psi” puede dar cuenta en sus términos “técnicos” porque, además de que resulta superfluo —en términos de la apreciación del arte mismo—, resulta absurdo ligar su calidad al “estado” mental o a la moral de su creador. Nuestra ilustración de portada se debe a la generosa colaboración de la artista plástica Christa Klinckwort, cuya obra se ha presentado tanto en México como en el extranjero. Se trata de un grabado de impresión única (24 x 19.5 cm), y el nombre de la pieza es “Corazón”.