Nº 2 El arte, el artificio
El verdadero papel del Arte, dice John Cowper Powys, es “ser el escanciador de las corrientes del Leteo. Decir que el arte revela la verdad intrínseca de la vida”, añade, “es una tontería. La vida no posee una verdad intrínseca. Tampoco posee una verdad extrínseca. Carece por completo de una verdad. Tan sólo tiene una posibilidad infinita de repugnancia y de horror, y una posibilidad infinita de mágica belleza, y por unos instantes nos está permitido olvidar la primera, mientras que la segunda nos conduce por ‘verdes praderas junto a aguas tranquilas y reconforta nuestra alma’ ”.
Esta segunda entrega de me cayó el veinte, ofrece un número dedicado, efectivamente, no a descubrir alguna “verdad intrínseca”: ni de la vida ni, mucho menos, del psicoanálisis; pero no deja de ser llamativo —por decir lo menos— que las cuestiones del Arte y de los artistas han estado en el centro de la aventura psicoanalítica: desde Freud —La Gradiva, Leonardo, por ejemplo— hasta Lacan —Hamlet, Joyce—, la obra artística o el artista que la produce originan preguntas con respecto al mismo psicoanálisis tales que éste debe intentar, por lo menos, un acercamiento.
Así, este número está organizado, en su cuerpo principal, alrededor del estatuto del arte como artificio, como lo definió Lacan: esto es, aquello que puede burlar (o no, eso se verá) lo que se impone del síntoma: la Verdad (seminario Le Sinthome). El que lo produce, el artesano, es el que puede producir aquello (objeto a) que se estructura “por la relación a la oreja y al oído”.
Laurent Cornaz nos presenta, como corolario al seminario que dictó en México en 1999, un ensayo sobre las relaciones entre Lacan y Bataille que explora las diferencias y los acercamientos entre ambos. Pola Mejía continúa su trabajo iniciado en el número anterior y nos ofrece un estudio sobre el papel de la imagen —y una imagen artística en particular: el Cristo de Isenheim— en la conformación de las tradiciones sobre el ritual de muertos en México. Leer el arte de Dominique de Liège casi le da nombre al número y es un estudio que propone una manera diferente de colocarse frente a una exposición llevada a cabo en París hace algunos años, y frente a la obra de algunos artistas contemporáneos: Georges Perec, Raymond Queneau, Raymond Hains, Sophie Calle y Jean-Pierre Raynaud, entre otros. El trabajo de Janine Germond aborda las semejanzas —¿las habrá?— y las diferencias entre dos escritores contemporáneos: Raymond Roussel y Marcel Proust. Artaud el Mômo en escena es un artículo de Françoise Le Chevallier aparecido en L’Unebévue, otra revista de la école lacanienne de psychanalyse, y que nos ofrece un rasgo poco conocido en México de ese escritor tan cercano a nosotros. Raquel Capurro adelanta en su artículo, inédito hasta ahora, algunos de los temas que trata con mayor amplitud en su libro de reciente publicación: Augusto Comte actualidad de una herencia, editado por Edelp en Córdoba, Argentina. Françoise Cloarec nos introduce al extraño mundo de Séraphine de Senlis, pintora que pintaba bajo dictado de la Virgen María. Complementa esta sección una pequeña joyita que encontramos de John Cowper Powys: un ensayo sobre Oscar Wilde que viene a cerrar el dossier que sobre el poeta irlandés publicamos en el número 1 de nuestra revista. Es un texto de 1916, cuando aún se agitaban en el ambiente literario los polvos levantados por su posición ante la vida.
Una de las secciones contingentes de la revista ofrece, en esta ocasión, un apartado titulado Testimonios: en él se ofrece en primer lugar un estudio hecho por la socióloga noruega Annick Prieur de una comunidad gay de Neza que es un verdadero documento que da alguna luz sobre un grupo marginado de nuestra sociedad (en más de un sentido) pero no por ello menos dispuesto a tomar la palabra: los muchachos de Neza gozan al testimoniar, cada uno, su forma de sentir placer con el cuerpo.
Magdala, por su parte, es un extraño documento de Anne Godard que nos llegó vía Jean Allouch de un testimonio de locura: Allouch presentó y leyó este texto en su seminario en París este año para conmoción de los presentes.
Inauguramos también otra sección contingente, Divertimentos, con tres textos: un relato de ficción sobre el efecto que el título de la revista provocó en uno de nuestros traductores, Raúl Falcó; un auténtico juego gozoso de Dominique de Liège sobre la forma en que se “encuentra” el azar y, por último, un pequeño texto inédito en español del gran dramaturgo inglés Harold Pinter, en traducción de Juan Tovar, sobre el lugar de los valores en el mundo actual.
En la sección Reseñas, Luis Tamayo ofrece una sobre el libro de Roberto Castro de reciente aparición en México, Freud mentor, trágico y extranjero, y se presenta la lectura de Luana López Llera de la película Los niños no lloran que recientemente causó gran efecto en México y en el mundo.
Como suplemento a nuestros suscriptores, ofrecemos en esta ocasión, de nuevo, un libro inédito en español: la serie de cinco ensayos que, bajo el título del primero de ellos, El arte de olvidar lo insoportable, el autor inglés John Cowper Powys publicó en Estados Unidos en 1928. El esfuerzo de traducción de Antonio Montes de Oca de un texto muy difícil, por rebuscado, significó una ardua labor que agradecemos desde luego.
Después de la magnífica acogida al primer número, Erotofanías, esperamos que El arte, el artificio mantenga el interés de nuestros lectores y nos impulse en la oferta de textos que permitan la reflexión constante sobre el psicoanálisis.
La ilustración de portada, Bichos y alimañas de cerca, de Eugenia Marcos, es una acuarela y tinta china sobre papel que muestra una especial mirada sobre esos animales tan despreciados y tan cotidianos.